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domingo, 24 de mayo de 2015

Isla recién formada convertida en laboratorio biológico.

En noviembre de 2013, una erupción volcánica hizo emerger una gran masa de tierra en el océano Pacífico, a unos mil kilómetros al sur de Tokio, que acabaría conectándose con la cercana isla de Nishinoshima, en el archipiélago de Ogasawara. En su mayor parte, la nueva formación, de 2,46 kilómetros cuadrados, que aún sigue extendiéndose, está integrada únicamente por rocas. Ahora, un equipo de biólogos ha observado que aunque el afloramiento es esencialmente una extensión yerma, la vida puede empezar a colonizarlo a partir de las deposiciones de las aves marinas.  

“Esta isla nos ofrece la posibilidad de estudiar el proceso evolutivo desde los primeros momentos”, indica Naoki Kachi, coordinador del Comité de Investigación de Ogasawara, en la Universidad Metropolitana de Tokio. “Las corrientes marinas, los vientos y algunos animales contribuyen a transportar las semillas que acabarán prosperando en este lugar”, señala. Aunque el enclave se encuentra algo alejado de sus vecinos del archipiélago, las aves marinas pueden utilizarlo para descansar, y si les resulta beneficioso, se asentarán definitivamente. Precisamente, Kachi y sus colaboradores creen que sus desechos, desde las plumas y la comida que regurgitan hasta sus cadáveres, formarán una capa rica en nutrientes que aprovecharán las plantas para desarrollarse y construir un incipiente ecosistema.   

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